Fuente, Johns Hopkins University: Como promedio, una persona que realiza una actividad moderada durante el día respira alrededor de 20 000 L de aire cada 24 horas. Inevitablemente, este aire (que pesaría más de 20 kg) contiene partículas y gases potencialmente nocivos. Las partículas, como el polvo, el hollín, el moho, los hongos, las bacterias y los virus se depositan en las vías respiratorias y en las superficies alveolares. Afortunadamente, el aparato respiratorio tiene mecanismos de defensa para limpiarse y protegerse por sí mismo. Solo las partículas extremadamente pequeñas, con un diámetro inferior a 3-5 micras, penetran profundamente en el pulmón.
Los cilios, unas
minúsculas proyecciones musculares parecidas a los cabellos que sobresalen de
las células que recubren las vías respiratorias, son uno de los mecanismos de
defensa del aparato respiratorio. Los cilios propulsan una capa líquida de
mucosidad que recubre las vías respiratorias.
La capa de
mucosidad atrapa microorganismos patógenos (microorganismos
potencialmente infecciosos) y otras partículas, impidiendo que lleguen a los
pulmones.
Los cilios se agitan más
de mil veces por minuto y desplazan hacia arriba la mucosidad que recubre la
tráquea a una velocidad aproximada de 0,5 a 1 cm por minuto. Los
microorganismos patógenos y las partículas que quedan atrapados en esta capa de
mucosidad son expulsados al toser o arrastrados hasta la boca y deglutidos.
Los macrófagos alveolares, un tipo de leucocitos (glóbulos blancos) situados en la superficie de los alvéolos, constituyen otro mecanismo de defensa pulmonar. Para realizar el intercambio gaseoso, los alvéolos no están protegidos por moco ni cilios, ya que su grosor haría más lento el trasiego de oxígeno y dióxido de carbono.
En lugar de ello, los macrófagos alveolares buscan las
partículas depositadas, se adhieren a ellas, las ingieren, las matan si están
vivas y las digieren. Cuando los pulmones están expuestos a graves amenazas,
pueden incorporarse desde la circulación glóbulos blancos adicionales,
especialmente neutrófilos, para contribuir a ingerir y eliminar
los agentes patógenos. Por ejemplo, cuando una persona inhala una gran cantidad
de polvo o se está defendiendo de una infección respiratoria, se producen más macrófagos y se reclutan más neutrófilos.
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