Desde
hace más de siete décadas, el castor ha arrasado con los bosques de la
Isla Grande de Tierra del Fuego, entre Argentina y Chile. La especie,
considerada exótica e invasora del lado argentino, ha afectado gravemente otros
ecosistemas como los acuíferos y las turberas, humedales claves en la retención
de dióxido de carbono. En ambos países se calcula en más de 100 millones de dólares
anuales las pérdidas por daños directos a los bosques ocasionados por esta
especie.
“Sucesos
Argentinos” era el nombre de un breve
resumen de noticias que se proyectaba en los cines y era el aperitivo a la
emisión de las películas. Nacido en la década de los treinta, en tiempos
anteriores a la televisión, era el único registro audiovisual de hechos
políticos, deportivos, económicos o sociales al que se podía acceder. Fue en
uno de esos resúmenes donde, en 1946, se incluyó una novedad que, según decía
la voz en off, apuntaba a “enriquecer la fauna fueguina”. Las imágenes
mostraban la llegada de los 20 primeros ejemplares de castores introducidos en
Argentina, más concretamente en las muy lejanas y solitarias latitudes
de Tierra del Fuego.
“El
imaginario social de la época concebía como más valioso el modelo de desarrollo
del hemisferio norte y traer especies desde allí se veía como una oportunidad
de crecimiento económico”, explica Christopher Anderson, biólogo doctorado en
Ecología y profesor asociado de la Universidad Nacional de Tierra del
Fuego. De esa manera, la Patagonia a ambos lados de los Andes se fue
poblando de animales hasta entonces desconocidos, como el castor, el visón
americano y la rata almizclera, en todos los casos pensando en explotar
comercialmente sus pieles.
“Sería
injusto juzgar a quienes tomaron aquellas decisiones. No había estudios
suficientes para entender lo que podía ocurrir en un futuro”, señala Alejandro
Valenzuela, bioecólogo especializado en manejo de especies invasoras e
investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (Conicet).
Por
supuesto, nadie podía imaginar en esos tiempos que, menos de un siglo más
tarde, el castor (Castor canadensis), un roedor natural de los bosques
estadounidenses y canadienses, sería considerado una plaga a exterminar en el
archipiélago más austral de América. En Argentina, la especie fue
oficialmente declarada como exótica e invasora en 2014, aunque ya en 2006
la provincia de Tierra del Fuego le había dado tratamiento legal de “dañina y
perjudicial”. Chile, por su parte, decretó que los castores eran “dañinos” en
1992.
“En Tierra del Fuego la frontera es un alambre, no hay
barrera física entre los países. Tenemos múltiples cuencas hídricas
compartidas, y el castor cruzó de Argentina a Chile sin necesidad de
pasaporte”, señala Cristóbal Arredondo, coordinador del programa Conservación
Terrestre en Wildlife Conservation Society (WCS) en Chile. El proceso
de invasión fue progresivo e imparable. En el norte, osos, lobos y águilas
ejercen una función limitante para el crecimiento de la población de castores.
En el sur no existe ninguno de esos depredadores y a esto se le sumó el rotundo
fracaso del proyecto de desarrollo económico.
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